ESO QUE LLAMAN IZQUIERDA, SOLO TRABAJA PARA PONERSELA PAPITA O DE PAPAYA AL OPUESTO Y DE MAS LEJOS(Eligio Damas)

Eso que llaman izquierda, sólo trabaja para ponérsela papita o de papaya al opuesto y de más lejos Eligio Damas Nota. Antepongo esta nota al artículo que ya tenía escogido para enviar, por recordar un texto anterior sobre el cambio de modelo, mediante eso que llaman “Revolución”, que viene al caso de lo que trato ahora, como la izquierda se empeña en lo que no debe hacerse. Los dos conceptos expuestos de seguidas, el de Maneiro y la Cedeño, no pueden resultar de un estallido, cambio violento, como lo sugiere el acto revolucionario, sería más bien un proceso de cambios pausados por creativos y demandar asimilación. Antepongo esos dos conceptos, al artículo que sigue, porque los hallé de manera inesperada y tienen relación también con lo que ahora publico. Pues por creer que, el cambio de modelo social, emergería de un estallido y la acción determinante de una vanguardia, contradiciéndose con el rol de las multitudes y todo lo concerniente, se han cometido descomunales errores: “La revolución significa, lo explicó Alfredo Maneiro, dice alguien: un cambio en las relaciones humanas, un cambio en la forma de relacionarse los hombres y las mujeres entre sí y de arreglar de una cierta manera sus relaciones con la naturaleza... Y la geopolítica mexicana Ana Esther Ceceña lo remató, la capacidad de autodeterminarse sin ningún tipo de mediación...” Observe el lector, que, de los textos citados, no hay alusión alguna a vanguardia y tampoco a violencia, más bien sugiere un movimiento en calma y “previo acuerdo y decisión” de los factores sustantivos del cambio, los seres humanos. ------------------------------------------- Para los “académicos”, lo que uno escribe o, para decirlo de manera más descriptiva, lo que escribe uno, de acuerdo a lo que acontece y más usando frases como las del título, no tiene valor alguno y es ajeno a la dialéctica. Pues lo pertinente es citar las categorías de memoria y tratar de meterlas en la realidad pese no quepan. Es decir, intentar que lo que acontece se meta o meterlo en el discurso, y se acomode, si no por simple absorción o una particular atracción, como aquella de los polos opuestos y la fuerza de gravedad o desplazamiento, a como salga, o sea, a los topetazos, dicho así para no decir una grosería, pese esta sea más descriptiva y concluyente. Por eso, para el filósofo, académico, nada de lo dicho por simples pensadores o artesanos que elaboran sus discursos garrapateando en la realidad de sus espacios, que no sean de las escuelas europeas, tiene valor. Tanta es la confusión y el descrédito que, definirse como marxista es pecaminoso, porque Marx, al diagnosticar, fundamentado en el movimiento, lo que viene desde Heráclito de Éfeso y cambio por las contradicciones señaladas por el hegelianismo y su dialéctica, desafió a quienes detentaban o detentan el poder en un momento determinado; quienes hayan sido y sean. Y estos tienen sus multitudinarios aliados, por compartir el poder o, formar parte de la multitud que alienan con sus prédicas, sólo sustentadas en el sentido común. En esto, “los políticos”, hasta definidos como “marxistas”, muchos, como les llamó José Ignacio Cabrujas, de puro “oído”, juegan un rol sustantivo, por sus prácticas, derivadas de las lecciones estereotipadas del viejo manualismo, mecanicismo, según las cuales la lucha por el cambio de modelo tiene como meta inmediata hacerse del poder. Algo así, como apoderarse del hospital sin médicos, enfermeras, camas, equipos, medicinas etc., y menos sin siquiera saber de dónde sacarlos. Además, para una buena porción de los políticos, la realidad de cada espacio ya está diagnosticada, atrapada, desde hace años y desde lejos, hay un manual de procedimientos por aplicar y eso es todo. La transformación social sería entonces, un simple asalto de cuartel o un golpe de Estado, sin sustento en la multitud que debe elaborar y asumir los cambios. Es como alinear a los soldaditos y ordenarles, alternativamente “a la izquierda”, a la “Derecha, ¡ar!” Es más, a estos, a los políticos, se le agregan los académicos, para quienes, al hablar de la realidad, esa que se mueve de distintas maneras, hasta como las masas gaseosas o líquido denso, absorbente, complicada y lenta, hay que hacerlo de manera que nadie entienda. Pues como no pueden exponer nada concreto, dado que el asunto no es haber estudiado a Marx y la dialéctica, que como dijo Sartre todo lo totaliza, sino a partir de ella entender el movimiento de mi tiempo, espacio y proponer lo pertinente para la acción, lo que la gente pudiera hacer y aceptar, divagan y se recrean en citas y sus interpretaciones. Entonces el movimiento, el cambio, se queda como un secreto de los sabios y, quienes, en verdad, pueden impulsar y concretar los cambios, no llegan a enterarse a tiempo de la adelantada percepción filosófica; pues los filósofos, filosofan, pero no captan la realidad y menos pueden divulgarla; pues su gagueo no se lo permite. Y hay “académicos”, para quienes pareciera que, el mundo, las relaciones humanas, el proceso de cambio inherente a ellas, la lucha de clases, todo eso, comenzó a partir del capitalismo, como si todo el proceso anterior, que habla del movimiento y también de la conflictividad determinada por las relaciones de producción, no hubiese existido y nada tiene que enseñar. Como si las conceptualizaciones de Marx, no hubiesen sido resultantes de todo el proceso histórico, sino fueron inventadas por el alemán de la sola observación del capitalismo. Entonces, el materialismo dialéctico fue un invento y no sirve para diagnosticar sociedades de estadios anteriores al capitalismo, según esos pensadores. Y si eso no se puede, entonces tampoco el porvenir y de allí todo el enredo. Por esto mismo, hay historiadores empecinados en creer que todo lo acontecido está contado y hasta explicado, solo debemos limitarnos a repetir lo que otros antes dijeron. Por lo que, en verdad, a veces, me queda la duda, que esos sabios que usan palabras encriptadas, lo que hacen es repetir de memoria, una o unas letanías para tipos como ellos, pero que nada tienen que ver con lo que acontece. Sólo basta que les satisfaga el paladar y les permita el reconocimiento académico. Es como el tipo que inventó una llave y describe a sus colegas las características y fines de su instrumento y hasta cómo manejarlo; pero él, al tomarla en su mano, no sabe hacerlo y menos enseñar a unos muchachos u obreros. Pero también, como esos sacerdotes o predicadores evangélicos, que nos ofrecen llevarnos ante Dios, pero no saben el camino y, lo que es peor, no tienen las credenciales que da el comportamiento humano para llegar a Él. Por estas cosas, le he dicho a alguien, mano de obra como yo, que aquello de “dictadura del proletariado”, fue una definición inadecuada, tanto como también lo fue cuando, Gramsci, tratando de remendar el capote, habló de “hegemonía”, como una confesión compartida que, el socialismo nacería como una dictadura; pues conciben que sería una “creación” o imposici ón estatista de un momento a otro, como quien voltea una página. Todo, por la persistente idea que el cambio de modelo está determinado por la acción del Estado y la vanguardia y no de la creatividad de las multitudes, el cambio en las relaciones de producción y la adherencia o adecuación del Estado al cambio de modelo y conducta en las relaciones humanas. No es como un cambiarse de traje. Recuerdo una anécdota de la que antes he hablado. Un colega, amigo, pero de muchos menos experiencia que yo en el campo de la docencia, teniendo que trabajar con el objetivo relacionado con la lija y su uso, optó por hacerle a sus alumnos un dictado, que comenzó con “la lija es……”. Yo, de observador, le hice señas que parase, me le acerqué y le dije. “Deja eso así, busca otra cosa qué hacer; pídeles a los muchachos que mañana traigan un pedazo de lija y otro de madera. Ponles a lijar, observar los resultados, el instrumento y luego formula preguntas acerca de la experiencia vivida por ellos y sus observaciones. Déjales a ellos decir qué es una lija”. A otro alumno, a quien debí supervisar en su primer día de trabajo, le hice señas que se detuviese, cuando al inicio de su actividad relacionada con el objetivo de la familia, empezó por decirle a sus muchachos, “la familia es……”. Le llamé aparte y le dije, “esos carajitos forman parte de una familia; cada uno de ellos tiene una. Saben bastante qué es eso. Lo tuyo es ponerles a que ellos organicen el conocimiento que tienen, lo elaboren, racionalicen y lo expongan con sus respectivas particularidades”. Pero como los filósofos nada aclaran, pero también los hay de caletre o como más filosóficamente, ortodoxos, la multitud queda enredada, afectada por tanto intento de hacer caletre a lo loco y hasta a los coñazos. Por esta ortodoxia, que nada tiene que ver con Marx, muchos “marxistas” o marchistas, tienen la estereotipada idea que, dentro del modelo capitalista donde viven, pese no lo reconozcan y menos demuestren con los hechos, su tarea inmediata y sustantiva es crear el socialismo. Desde su imaginado diagnóstico, en su ámbito, no cabe nadie que eso no crea y menos predique; tanto que, hasta en una tarea inmediata, impuesta por la vida y los valores de ella y habiendo dispuestos a ayudar, los excluyen, si no admiten y hasta gritan, “con esto vamos al socialismo”. Para terminar, perdiendo o derrotados por la dispersión artificial de fuerzas. Y esto no es sólo una maña de aquellos que con gracia y acierto José Ignacio Cabrujas, llamó los marxistas de “oído”, de esos que como tal se definen por su adherencia a un partido, tal como si eso se pegase como las malas costumbres o la gripe, sino también de mucho académico; de esos que han estudiado mucho y tomado apuntes, tanto que, cuando escriben, hasta repiten de memoria, pero no aciertan, cuando con esa llave o instrumento deben abrir una puerta o desentrañar un acertijo. Eso de llegar al poder, control del Estado, meta primera, para desde allí ponerse a construir el socialismo, es una concepción mecánica, antidialéctica, tanta como esperar que la clase dominante cambie el modelo. Hay toda una estructura y cultura determinante que eso no permite; al contrario, atrapa a los atrevidos y les convierte en piezas del tablero. El trabajo de la izquierda, partidaria del socialismo, no es proponerse llegar al poder para imponer un modelo inventado, sacado de un archivo, una gaveta, sino ganar adeptos, sumar aliados, para luchar por un programa que al mismo tiempo que genera beneficio para los trabajadores, promueve entre estos, con todo el esfuerzo que eso significa, la creación de relaciones socialistas, de la misma manera que la cultura capitalista promueve el individualismo. No entender esto, es “ponérsela papaya al contrario de allá lejos”, al capital externo que quiere avasallarnos. Responder Reenviar No puedes reaccionar con un emoji en un grupo

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