POR SUCRE, EL DESAPERCIBIDO BICENTENARIO DE LA BATALLA DE AYACUCJHO, LA QUE CERRO LA INDEPENDENCIA , DE CUMALA A COMALA, LA DE PEDRO PARAMO (Eligio Damas)
Eligio Damas
From:
damas.eligio@gmail.com
To:
George Diaz
Sun, Dec 8 at 12:31 PM
Por Sucre, el desapercibido bicentenario de la batalla de Ayacucho, la que cerró la independencia. De Cumaná a Comala, la de Pedro Páramo.
Eligio Damas
I
El silencio es casi sepulcral y hasta más, pues al parecer los muertos salen y hablan. “Pedro Páramo”, la novela de Rulfo, está llena de muertos, de aquellos que, en abundancia y por avaricia, esa de los “tierracogientes”, lo están por decisión del personaje central de la obra de Juan Rulfo, aquel que, Juan Preciado, llegó a buscar a Comala, por indicaciones de su madre, en momentos de muerte, para pedirle su herencia, la que le correspondía como hijo, sin saber que, Comala, Pedro Páramo y los incontables hijos que tuvo y la gente de Comala toda, estaban muertos, pero hablaban, gritaban y hasta montaban fiestas y funerales a muertos que ya, antes que ellos, estaban enterrados. A él, Preciado, difuntos, le aparecieron hasta en plena calle a contarle sus historias y también le mataron, pues su herencia era esa, la muerte anticipada.
Pero en Venezuela, en el bando oficial y en la oposición, hay un alboroto y bulla para mucho, pero por Ayacucho y su bicentenario, hay un casi absoluto silencio. Pero no como aquel que privó en los combatientes vencedores de aquella gloriosa batalla, mientras recorrían los espacios, buscando el propicio para dar el golpe certero.
Ahora, el 9 de diciembre de este año 2024, o mañana, se cumplen 200 años de la batalla de Ayacucho; es decir, el “bicentenario”, fecha y acontecimiento del cual poco se habla o uno no escucha y menos lee, salvo a Vladimir Acosta, quien un tiempo atrás, publicó dos trabajos sobre aquel trascendental acontecimiento, que lo es, por los efectos que produjo, como que casi puso término a la guerra por la independencia y la genialidad militar del cumanés, puesta de manifiesto en muchos instantes de guerra, política y diplomacia, pero particularmente en esa batalla, donde venció, en breve tiempo, a un ejército muy superior en hombres al suyo; ejército que casi se rindió a los pies del vencedor, dado que hubo 6 mil prisioneros, incluyendo el estado mayor y al virrey La Serna que lo comandaba, quien reconoció su derrota, diciendo “gloria al vencedor”.
Trabajos de Vladimir Acosta: https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/05/mas-sobre-ayacucho-i.html[ed1]
https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/04/ayacucho-ii.html
Pero también escribió ayer sobre Ayacucho Luis Britto García, en artículo titulado simplemente “Ayacucho”, y justamente narró, “A las siete de la noche tocó silencio el corneta. Allí mismo fue demasiado silencio. Tan alta era aquella llanura que se ahogaban los gritos. Ni para hablar nos quedaba el aliento”.
https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/12/ayacucho.html
En los sectores oficiales poco o nada se ha dicho, pese lo significativo, como acto de guerra, su resultado, prácticamente en cierre de las hostilidades por la independencia de España y el precedente gesto unitario de gran parte de las fuerzas sudamericanas. Es como si ese toque de silencio del corneta, del cual habló Luis Britto, tiene como fin, dadas las circunstancias, que Ayacucho pase desapercibido y no distraiga. Y eso tiene un motivo, pero no vamos a abordarlo “por ahora”.
II
-“Así serán de pendejos los españoles del sur que se dejaron joder por Toñito Sucre”.
Así, con ese dejo de ironía y sarcasmo, comentó el general Bermúdez en Cumaná, hablando a un grupo de amigos, seguidores y hasta subalternos suyos, al saber los resultados de la campaña del sur y de la batalla de Ayacucho. Era bien avanzado diciembre de 1824 y el 9 de ese mes y año, quien allí alcanzó el mérito de ser Gran Mariscal de Ayacucho, había derrotado brillantemente, si de esa manera puede calificarse un acto de guerra, a las fuerzas del colonialismo español y haber cerrado la campaña de independencia del sur.
Fue Bermúdez un guerrero que se llenó de gloria. Desde el año 1813 entró en combate con los “invasores de Chacachacare”, como llamó la narrativa caraqueña a la gloriosa gesta pro independentista de los orientales, bajo el comando del general Santiago Mariño.
Todavía, para 1821, antes de llevarse a cabo la batalla de Carabobo, el general Bermúdez, había desarrollado una intensa campaña de distracción de las fuerzas colonialistas, para debilitarlas y llevarlas justo al sitio, al matadero, donde se esperaba se entablase aquel combate casi definitivo. Por eso Bermúdez está en el Panteón Nacional y en la fila de héroes del campo de Carabobo, pese no haber estado en esa batalla, dado andaba en lo que ya dijimos, colaborando intensamente, combatiendo casi a diario durante un mes, en función de lo planificado para darse en aquel espacio. Pero era él, tal como describe Eduardo Blanco en “Venezuela Heroica”, un combatiente feroz, valiente y arrojado como pocos; pero no pasó de ser uno al mando de pocos hombres y de combates ligeros. Eso sí, valiosos y todos ellos, como su comandante, heroicos. Pero hizo Bermúdez, aquel comentario sarcástico, sobre el carajito que conoció en Cumana a principios de la guerra, porque su concepción de ella y su propia experiencia, la de un guerrero de enorme estatura física, fuerza, osado líder de infantería, que se metía en el centro del combate como cualquier soldado, no le permitía entender que, aquel “carajito”, hijo de clase alta, supo manejar ejércitos enormes, como un excelente, genial, director de orquesta. Tanto que, he leído opiniones, según las cuales, el Mariscal de América y Napoleón Bonaparte, se disputan el primer puesto en esa competencia histórica de la guerra.
III
Apenas bastaron unas dos horas escasas, para que el heroico cumanés, contando apenas con 6 mil hombres, pusiese en desorden y derrotase a un ejército de más de 9 mil. No fue aquella rápida y contundente victoria, la primera obtenida por aquel genial estratega militar, bajo esas circunstancias. Se había convertido, desde tiempo atrás, en gran organizador, armador y conductor con orden y concierto de ejércitos enormes. Llegó a alcanzar el más alto nivel en eso de manejar grandes contingentes, a lo que muy pocos estaban habituados y para ello preparados. Todo eso, sin dejar de ser humilde y comedido.
Era “Toñito” un personaje humilde y discreto, tanto que cuando las fuerzas patriotas tenían bajo su control la ansiada Angostura, viejo sueño de los orientales, en una travesía del Orinoco, desde una nave que viajaba en contrario gritaron:
-“¡Alto! ¿Quién vive?” Y agregó la portentosa voz:
- “Aquí viaja El Libertador”
Alguien, a bordo de la barcaza que transportaba a Sucre con su Estado Mayor, respondió a aquel requerimiento:
-“Aquí el General Sucre con su tropa”.
Sucre, por sus méritos y su corta pero brillante carrera, había sido ascendido a ese rango por Santiago Mariño, pues hasta entonces formaba parte de los ejércitos orientales.
Una voz, procedente de la barcaza identificada como de El Libertador, preguntó:
-“¿Quién es ese General Sucre que no conozco y no recuerdo haber ascendido?”
Fue El Libertador mismo quien esa vez habló. A lo que, el futuro Mariscal de Ayacucho, respondió:
-“Bien sé, su excelencia, no me conoce, ni me ha ascendido, pero, aunque sea como el más humilde de sus soldados estoy a su orden para servirle por nuestra causa”.
Fue aquel pequeño incidente e intercambio, resultado de las naturales desavenencias y desacuerdos aun existentes entre los combatientes independentistas, derivadas de la historia colonial, de la Capitanía General de Venezuela, dividida en provincias que no se reconocían, no tenían siquiera relaciones fluidas ni en lo comercial. No olvidemos que, a partir del 19 de abril de 1810, antes del Congreso de 1811, las provincias de Barcelona, Cumaná y Margarita, se habían declarado como países independientes de España, mientras Caracas, se mantuvo sujeta a Fernando VII. También es pertinente recordar que, Caracas y el occidente todo, dependían del Virreinato de Santa Fe y la Provincia de Cumaná y las orientales, como Margarita y Barcelona, de Santo Domingo. Diferencias que muchos historiadores banalizan al narrar o intentar interpretar aquellos desacuerdos, para lo que suelen usar calificativos como traición y hasta simplismos, como falta de disciplina, al momento de abordar el carácter de las relaciones en veces hostiles entre Bolívar y los orientales. Como también, por pura narrativa y hasta repeticiones, pasan por alto, el peso de los puertos orientales en la economía de la etapa colonial.
IV
Pero hay más. Ya disparados al sur, buscando la independencia del continente, el futuro Mariscal fue designado, por El Libertador mismo, para organizar la retaguardia. Tarea generalmente encomendada a oficiales de poca significación y lucidez. Aunque bien es verdad que Bolívar había advertido que la retaguardia era un desastre de organización y la causa de muchas debilidades y derrotas. ¡Con él, nunca, un ejército patriota, llegó a tener una retaguardia más organizada y en capacidad de prestar magníficos servicios!
Estando frente a Popayán, como encunetados, sin poder avanzar, después de cuantiosas pérdidas, por no poder tomar aquella ciudad, durante largos días, quien estaba en la retaguardia, cuidando presos, enfermos, víveres y pertrechos militares, algo así como el jefe de depósito, por orden de Bolívar, a quien ni siquiera formaba parte del Estado Mayor del ejército que iba al sur, se le pasó al frente, al comando, en sustitución de Sedeño o Cedeño, pues en diversos documentos aparece su apellido escrito unas veces con “S” y otras con “C”, el mismo relacionado con el asunto Piar. Entonces Sucre, “el jefe del depósito”, pasó a asumir el comando, tomó la plaza o ciudad de Popayán en pocas horas y con escasas pérdidas.
Cuando se firmó el acta de capitulación de la batalla de Ayacucho, el virrey español La Serna, exclamó “gloria al vencedor”. Sucre consecuente con lo que siempre fue, respondió con gallardía y humildad: “Honor al vencido”.
Fue ese humilde general, siéndolo de brigada, el autor, redactor, del Tratado de Regularización de la Guerra, firmado entre los días 25 y 26 de noviembre de 1820, entre Bolívar y Morillo en Santa Ana de Trujillo, en el cual se pone fin a la guerra a muerte y los asesinatos a presos de guerra; se acuerda el respeto de los derechos de estos y otros asuntos que humanizan la guerra. Se puede considerar ese documento el primer antecedente a los posteriores relativos a Derechos Humanos firmados en el planeta. Este es otros de los grandes méritos de “Toñito” Sucre.
V
Será a ese mismo muchacho, que a los 17 años, estuvo en lo que la mezquina historia oficial, escrita desde Caracas, llamó simplemente, a manera de subestimar aquella hazaña, “Invasión de Chacachacare”, que liberó todo oriente, llegó hasta los límites de lo que es hoy es el Estado Guárico, permitió a los caraqueños refugio en el año 14, cuando la llamada “Emigración a Oriente” y fue el sustento de la toma de Guayana, que condujo al Congreso de Angostura y con esto también las bases de la campaña al sur, a quien dirá Bolívar, agobiado en Perú, “yo ruego a usted, mi querido general, que me ayude con toda su alma. Si no es usted, no tengo a nadie que me pueda ayudar con sus auxilios intelectuales”. Bolívar ahora habla así, al reprendido general que se le atravesó en el paso del Orinoco y al mismo que puso en retaguardia a cuidar presos y recursos.
Lo que sería la batalla de Ayacucho, se inició casi dos meses antes. Los rivales se desplazaron por un amplio territorio. El ejército español, comandado por el propio virrey La Serna, supera en tres mil hombres al del Mariscal de América. Los españoles atacan y los independentistas por orden de su genial comandante rehúyen el combate, buscando el espacio y momento propicio. El ejército español lanza un ataque frontal en la quebrada de Collpahuaico y como tantas, Sucre lo elude, dado que las condiciones del terreno no le favorecen y sigue su marcha esquiva, intentando llevarlo al espacio propicio. El cumanés comenta, “los españoles están creyendo que estamos mal”. Esperó y buscó el espacio adecuado y el momento decisivo. Halló en Ayacucho lo que buscaba y lanzó su ataque a fondo y de manera sorpresiva; en sólo tres horas, el ejército español quedó destruido y desde La Serna para abajo, casi toda la oficialidad y la tropa prisioneros. Fueron seis mil los prisioneros. Una jugada brillante de un genial guerrero, cerró la guerra de independencia, obligando a un ejército superior en número, casi a entregarse. Sin olvidar que aquél ejército vencedor, estuvo integrado por las fuerzas de “colombianos, es decir, los venezolanos, neogranadinos y ecuatorianos, forman la gran mayoría de los soldados criollos que combaten en Ayacucho, y esas combativas y heroicas tropas resultan invencibles, sobre todo sus llaneros, sin olvidar a las tropas auxiliares extranjeras, que en este caso eran británicas”, como comentó Vladimir Acosta en “Ayacucho I”.
https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/04/mas-sobre-ayacucho-i.html
Qué de bello y humilde hay en aquella carta que se puede leer en su museo en Cumana, dirigida a uno de sus pocos familiares, de quienes no fueron asesinados por Boves en 1813, donde dice, “Cuánto daría por dejar este honor y responsabilidades por volver a Cumaná y recorrer sus calles junto a mis viejos amigos.” Como si hubiese cantado, como aquel soldadito raso, cumanés, en un amanecer friolento y entre brumas de diciembre, en el altiplano boliviano:
“¡Ay Cumaná quién te viera,
por tus calles paseara
y a San Francisco fuera
a misa de madrugada!”
Tal como yo, a mis casi 87 años, en este día de diciembre, también canto.
Ese fue “Toñito” Sucre. Grande, pero humilde, callado, eficiente y brillante.
VI
La parte de América que unieron Bolívar y Sucre, fue dividida, porque divididos nos quisieron y quieren. Por lo mismo que, el Congreso de Panamá para unir a la “América antes española”, se transformó en uno para convertirnos en “patio trasero”. La Cumaná del Mariscal, los sueños derivados de la que ellos quisieron y de la batalla de Ayacucho, se tradujeron en la Comala de Pedro Páramo. Puros fantasmas, muertos que van y vienen, con sus urnas a cuesta, para ponerlas en el suelo, acostarse en ellas, bajo un árbol frondoso, en horas de la canícula y luego, en cualquier espacio, aunque sea abierto, en las nocturnas del descanso,
Comentarios
Publicar un comentario