EL VIEJO DIRIGENTE Y JOHN REED. "EL ROJO" DE LOS TIEMPOS DE LA LUCHA ARMADA(Eligio Damas)
El viejo dirigente y John Reed, “el Rojo”. De los tiempos de la lucha armada
Eligio Damas
Nota: De mi novela, sin editar, “Cuando quisimos asaltar el cielo”. El lector interesado puede leerla en mi blog, Blog de Eligio Damas mediante el siguiente enlace:
https://deeligiodamas.blogspot.com/2023/12/historias-de-cuando-quisimos-asaltar-el.html.
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Intentó dormir un rato, para ello hizo esfuerzos por borrar los recuerdos, cerrarles la puerta y abrirla al descanso, aunque sabía que esto, cuando viajaba, le era imposible. El estar en aquellos asientos tan incómodos, el trepidar incesante del vehículo, los frecuentes saltos que éste daba en aquella carretera por demás irregular, el chirriar de los amortiguadores y el sentir aquel cuerpo joven apretujado al suyo, eran causas más que suficientes para no dormir. Aparte de su propensión al insomnio.
Por eso volvió con sus recuerdos y preocupaciones. Se puso como a jorungar en su memoria; como quien registra un baúl o archivo donde se guardan cosas; solo por curiosidad o ánimo de deshacerse de lo que no hace falta y de repente aparece algo unido a un recuerdo grato, otro que hace falta, creíamos haber perdido y hasta aquello que habíamos relegado y al encontrarlo en aquel embrollo nos percatamos cuánta falta hace. Así cavilando, rememorando el pasado, se abrió una gaveta y apareció aquella historia, vinculada a un viejo dirigente, un “profeta” de la revolución y John Reed, “El Rojo”, el autor de “Los diez días que estremecieron el mundo”, periodista gringo que reportó parte de las acciones militares de Doroteo Arango o Pancho Villa y, en el libro citado, días trascendentes de la revolución rusa.
El viejo dirigente, quien no lo era tanto, pero lo parecía por la extremada juventud de la gente que lideraba, dirigía y le acompañaban, portaba aquel libro con celo. Parecía un protestante con su biblia. Como si en aquellos momentos no hubiera otra cosa que leer o aquel fuese un plano, mapa que trazaba los caminos a transitar a diario o respuesta para todo, lo trascendente y cotidiano. Ante cada interrogante sobre la coyuntura, la táctica o el qué hacer en lo inmediato, se retiraba del grupo, como quién consulta las santas escrituras, hojeaba su libro, buscaba con paciencia y, como de modo milagroso, de él extraía la respuesta con todo lujo de detalles.
Lo guardaba con celo. Era evidente que evitaba que alguno de nosotros accediese a su fuente de sabiduría. Mientras dormía lo colocaba debajo de la almohada. Llegamos a pensar que, en aquellas circunstancias, lo que allí estaba escrito, lo sabio que en el viejo libro había, se transmutaba a su cerebro. Quizás por eso, cada vez que se levantaba, después de dormir toda la noche, o una simple siesta, exponía ideas nuevas, hasta contrarias a las que sostenía antes de acostarse y “enchufarse” a John Reed.
El periodista norteamericano, en aquel ontológico texto, en la percepción del “viejo dirigente”, en el tradicional estilo periodístico, recoge los acontecimientos, días a día, hasta llegar a diez, que llevaron a los bolcheviques a la toma del poder.
-“Compañeros, en este país, el cuadro es el siguiente”, así hablaba cada día a los jóvenes militantes. Luego se desgranaba en exponer lo que llamaba las condiciones objetivas. Crisis militar, cuyos rasgos nadie percibía, pero que aseguraba que componían una parte de la crisis que llegaba a límites insostenibles.
-“Las contradicciones en el área de la producción, con trabajadores ganando sueldos de miseria están a la espera de un grito para llegar al estallido”.
Luego hablaba de la inconformidad ciudadana por el cúmulo de problemas de la vida urbana y entre las masas campesinas por la falta de tierras, créditos, la burla de reforma agraria y la inmoral explotación a que estaban sometidas por los empresarios y propietarios del sector rural.
-“Mientras ese caos se expande, nuestras fuerzas en los frentes guerrilleros obtienen grandes victorias y esperan el momento preciso para avanzar a las ciudades y tomar el poder”.
Cada vez, que alguno de los muchachos, y eso acontecía todos los días, en cada reunión, opinaba:
-“Pero salvo, las esporádicas acciones nuestras en las ciudades; poner una inocente bomba ruidosa en una esquina, en un rincón de una plaza; una atrevida acción como que uno de nosotros intente escalar la pared de un cuartel, sin armas o mal armado, sin fin ni objetivo definido o alguna de esas cosas que mal inventamos cada día, no se ve, por lo menos a simple vista, nada de lo que usted dice”.
A quien seguía otro objetando:
-“Pero por lo que sabemos, de la propia palabra de compañeros guerrilleros que bajan de los pocos frentes que tenemos, la guerrilla está en fase de estabilización y defensa.”
Luego se sumaba otro y comentaba:
-“Casi ninguna está estabilizada y no hay una que haya liberado territorio”
-“Todas están en fase de movimiento, en actitud de conservarse”. Opinó uno más.
Finalmente, alguien quien levantaba la mano, pidiendo la palabra, sin hablar hasta tanto se le concediera el derecho a hacerlo:
-“Es más, según el criterio de los compañeros que están en el frente guerrillero, la mayor dificultad que enfrentan es la indiferencia y hasta oposición campesina. Son pocos quienes se incorporan a la lucha”.
Preguntas y comentarios a los cuales el “viejo dirigente” habitualmente respondía:
-“Ustedes son aún muy jóvenes e inexpertos para percibir las señales. Pero de qué existen, existen, por encima de todas esas percepciones”.
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