LA BOMBONERA (Ciro Bianchi Ross)

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El comerciante Basileo Sarrasqueta logró que el general Leonardo Wood, el interventor norteamericano que se convertiría en un fanático de ese deporte y llegó a practicarlo todos los días, se entusiasmara y aprobara el proyecto, incluidas las apuestas que se harían en los juegos. Movió entonces Sarrasqueta sus influencias entre el alto comercio español radicado en La Habana, y con el apoyo de Manuel Otaduy, agente general de la Compañía Trasatlántica Española, consiguió levantar un capital de 100 000 pesos que permitió la compra del terreno enmarcado entre las calles Concordia y Lucena, Marqués González y Virtudes. Allí se construyó el frontón, el llamado Palacio de los Gritos. Y, sin que el edificio contara aún, por falta de dinero, con todas las comodidades para el público, se celebró el primer partido el 10 de marzo de 1901. El partido inaugural fue precedido por el almuerzo que propietarios y encargados del frontón ofrecieron al general Wood: un bacalao a la vizcaína rociado con abundante vino de Rioja. Después, todos los asistentes, vestidos de blanco y tocados con boinas rojas, se dispusieron a presenciar el juego. Se escucharon las notas del Himno Vasco y enseguida comenzó la función. Fue un éxito superior a lo esperado. Los promotores de los juegos, que advirtieron la facilidad pasmosa con que la gente se jugaba las monedas de cinco pesos, comprendieron que un público así merecía lo mejor y que se le premiara con la posibilidad de admirar a los jugadores más connotados. Fue tanto el éxito que las figuras del alto comercio siguieron respaldando la iniciativa, y en 1903 se introdujeron reformas y ampliaciones que mejoraron las condiciones del edificio. La concesión para operar el frontón, que era por diez años, cesó durante la presidencia del mayor general José Miguel Gómez. El edificio pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de La Habana y albergó en sus dependencias al naciente Museo Nacional (1913). Pero en tiempos del presidente Mario García Menocal, fanático de la pelota vasca y las carreras de caballos, se renovó la concesión a la empresa y el frontón volvió a abrir sus puertas en 1918. Los duelos de las parejas de pelotaris movilizaban enormes cantidades de dinero y mantenían la tensión de los espectadores. De frontón a CTC Mantuvo el Palacio de los Gritos su hegemonía absoluta hasta 1921, cuando concluyó la construcción del Nuevo Frontón, en el terreno enmarcado por las calles San Carlos, Peñalver, Desagüe y Belascoaín. Un edificio bellísimo, con muchas comodidades para los aficionados, pero en la prisa por terminarlo se cometió la equivocación de invertir la colocación de las piedras del frontis y del rebote. Comenzó la competencia entre los empresarios de ambas instalaciones y jugadores del frontón de la calle Concordia, incluso figuras principales como Erdoza, Isidoro y Erguiluz, pasaron a jugar en el nuevo edificio, que se nutrió, además, de pelotaris venidos del frontón de la ciudad de Cienfuegos. Si al primero se le llamó el Palacio de los Gritos, el Nuevo Frontón sería el Palacio de las Luces. El deporte del remonte y la pala no progresó en el Nuevo Frontón. Fracasó como empresa en 1923, aunque ya quebrado siguió siendo escenario de algunas temporadas de pelota vasca hasta que cerró definitivamente tras el ciclón de 1926. Años después, la Dirección General de Deportes adquirió y restauró el edificio para destinarlo a Palacio de los Deportes. Allí funcionaron las oficinas de la Dirección y departamentos para los diferentes deportes, con áreas de práctica y entrenamiento, así como una clínica con un cuerpo facultativo de 14 médicos, tres enfermeras, dos dentistas y tres veterinarios, y una cocina donde comían diariamente 50 atletas. Cuando el Palacio de los Deportes tuvo nueva sede en Paseo y Mar, el movimiento obrero adquirió el edificio para la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). Se pensó que bastaría con una restauración somera, pero la cosa no era tan simple, ya que comenzadas las remodelaciones hubo derrumbes que advirtieron que su estructura no soportaría las reformas proyectadas, lo que determinó la construcción de un edificio nuevo, el de la actual CTC. Habana-Madrid Hubo otro gran frontón en La Habana; su construcción es anterior a la del Palacio de las Luces. Fue el Habana-Madrid, situado en Belascoaín y Sitios. Le llamaron La Bombonera, porque su hermoso y ventilado local (contaba con 140 puertas y ventanas) se dedicó mayormente al juego de mujeres. Las jóvenes vascas que jugaron en sus predios hacían que se llenaran sin esfuerzos los 1 800 asientos de la instalación. Se dice que la pelota vasca es “deporte, arte, ballet, magia”. No es raro que el zaguero, desafiando la ley de gravedad, trepe por la pared lateral o la del fondo para contestar el tiro de una pelota que viaja a más de 160 kilómetros por hora. La velocidad de la bola al salir de la cesta es tal que los límites de la pared de rebote-frontón están definidos por una plancha metálica que al ser tocada por la pelota suena como una campana. En 1932, la lucha contra Machado y la crisis económica marcaron el cierre del brillante ciclo de la pelota vasca en La Habana. Repuntó a partir de 1937, cuando España, a consecuencia de la guerra civil, salió del mercado. Dijo Juan Marinello que fue en el Palacio de los Gritos donde nació el término de “botellero” para identificar a aquellos que, sin disparar un chícharo, cobraban un sueldo del Estado, del municipio o de alguna dependencia pública. Aunque, en verdad, la palabra botella califica a un mal que viene desde la Colonia y que creció desmedidamente en los días de la segunda intervención militar norteamericana. Durante los partidos de pelota vasca, algunos muchachos entraban al frontón para llevar botellas de agua fría a los pelotaris. Esos muchachos no abonaban la entrada y, con el pretexto del agua, disfrutaban de casi todo el partido. De ahí, dijo Marinello, viene el término.

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