CASAL PENSO EN LA MANIGUA(Ciro Bianchi Ross)

Keep as New Move Delete Spam More Casal pensó en la manigua Aol / Old Mail Ciro Bianchi Ross From: cirobianchiross@gmail.com To: Cristobal Diaz , Emilio Cueto , GABRIEL VALDES , Manuel Ballagas , Mayra Gómez fariñas and 4 more... Tue, Nov 28 at 6:53 PM http://www.cubaliteraria.cu/casal-penso-en-la-manigua/ Casal pensó en la manigua Imagen tomada de Claustrofobias. El mayor general Antonio Maceo está en La Habana y se aloja en la habitación 117 del hotel Inglaterra. La noticia corre por la ciudad y provoca una conmoción enorme. Todos quieren conocerlo y saludarlo. Los veteranos y los jóvenes, los intelectuales, los ricos y los pobres. También los militares españoles, que se ponen en posición de firme al verlo y le dan trato de General. Con Enrique José Varona, una de las cumbres de la inteligencia en la época, se explaya en largas pláticas. Lo frecuentan intelectuales como Manuel de la Cruz y Ramón Agapito Catalá, y asiste a las tertulias de la librería de Obispo, la llamada Galería Literaria, renombrada Fayad Jamís al cabo de los años. No es raro que se reúna con gente rica como los hermanos Terry, y con el elemento autonomista que, intuye, terminará respaldando a la Revolución.  Julio y Manuel Sanguily son sus íntimos, pero a nadie abre tanto su pensamiento y su corazón como a Juan Gualberto Gómez. Su personalidad hechiza a cuantos lo conocen.  Los muchachos de la Acera del Louvre lo adoran. Corre el rumor de que quieren atentar contra su vida y esos jóvenes —aquella juventud que muchos tachaban de frívola— se constituyen en su escolta y en su ayudantía, lo mismo que harán los componentes de un grupo abakúa que en el barrio de Belén frustran, con su presencia, lo que hubiera sido un mal momento de la estancia de Maceo por la capital. Es el héroe de la guerra y es asimismo el caballero irreprochable; un conversador atento, fino en el trato. Los años de lucha y sacrificio no le hicieron perder sus hábitos de pulcritud y su vestimenta realza su elegancia natural. Se toca con un sombrero de copa y luce una levita inglesa que, entreabierta, deja ver el escudo de la República que lleva al relieve en la hebilla del cinturón. El sastre Leonardo Valenciennes aprecia, como buen conocedor, las medidas estatutarias del patriota. «¡Qué figura! Así da gusto cortar una prenda», exclama orgulloso de contarlo entre sus clientes. Tiene un cuerpo macizo y músculos de acero. Es alto, ancho de espaldas. El cabello empieza ya a encanecerle, pero el rostro se mantiene fresco y los ojos le relampaguean. La voz es pausada y suave, aunque el acento es ligeramente gutural, tiene una mirada profunda y escrutadora, pero dulce. Julián del Casal, quien le dedicaría su poema «A un héroe», no pudo dejar de exclamar al verlo: «Es muy bello». Desencantado y descontento Antonio Maceo llegó a La Habana el 5 de febrero de 1890 y el 20 de julio del mismo año partió por mar desde el Surgidero de Batabanó con destino a Santiago de Cuba. Se desconocen las veces que coincidió con Casal en esos cinco meses. Deben haberse visto y conversado en el café El Louvre, en el restaurante Metropolitan, contiguo al hotel Inglaterra, y en las tertulias que la revista El Fígaro sostenía en su sede de la librería de Obispo, en las que eran habituales los jóvenes escritores y periodistas del momento y a las que, aseguraba José Luciano Franco, también concurría Maceo. El patriota y el poeta son caracteres opuestos, pero el patriota subyuga al poeta que en la carta que el 1ro. de agosto dirige a su gran amiga y confidente Magdalena Peñarredonda, luego de dar cuenta de su estado de ánimo, se explaya en sus elogios sobre Maceo. Escribe el autor de Bustos y rimas: A pesar de que estoy colocado en La Discusión, gano lo suficiente para cubrir mis necesidades y gozo de simpatías generales, nunca he estado más aburrido, más desencantado y más descontento que ahora. Estoy como una persona que se encontrara de visita en una casa de gentes insoportables y no pudiera salir a la calle porque estaba cayendo una tempestad de agua, viento, vapor y truenos. Estoy de Cuba hasta por encima de las cejas. Ya no veo nada.Y más que de Cuba, de sus habitantes. Solo he encontrado, en estos tiempos, una persona que me ha sido simpática. ¿Quién se figura usted que es? Maceo. Ya sabrá usted que vino a La Habana por algunos meses.  Pues bien: nadie me ha agradado tanto como él.Es un hombre bello, de complexión robusta, dotado de una inteligencia clarísima y de un gran corazón. Tiene una voluntad de hierro, y un entusiasmo épico por la causa de la independencia de Cuba. Este, su único ideal. Aunque yo soy enemigo acérrimo de la guerra, me he convencido, al oírlo hablar, de que es necesaria e inevitable. Creo que dentro de un año estaremos en la manigua. Hay mucha desesperación y, como usted sabe, esa es la que puede llevarnos a pelear. Hace una confesión personal: Resumiendo mi juicio sobre Maceo le diré que, después de Carmela y de usted, es la persona que más quiero y la que me ha reconciliado algo con la vida, infundiéndome un poco de amor patrio entre la negrura de mi corazón.Yo no sé si la simpatía que siento por nuestro general es efecto de la neurosis que tengo y que me hace admirar los seres de condiciones y cualidades opuestas a las mías; pero lo que le aseguro es que pocos hombres me han hecho una impresión tan grande como él. «Mi buena e incomparable amiga» Varias cartas de Julián del Casal a Magdalena Peñarredonda se incluyen en Epistolario del poeta (2018) transcrito, compilado y anotado por Leonardo Sarría. La trata de «buena e inolvidable amiga», de «mi buena, activa y batalladora amiga», de «mi buena y cariñosa amiga»… Da cuenta en esas cartas de la evolución de su enfermedad («una fiebre maligna que llegó una noche a 41 grados») de sus honorarios en La Discusión y en La Caricatura (cinco pesos a la semana). Se sabe en una sociedad «miserable y nauseabunda» y quiere irse a Nueva York… Le escribe el 3 de junio de 1889: ¡Usted siempre tan cariñosa, tan noble y tan buena! No puede usted imaginarse el bien que me han hecho las afectuosas palabras de su carta de ayer. Después de leerlas y releerlas me he sentido muy tranquilo (menos histérico, diría usted) porque siempre es grato saber que, aunque bastante lejos, hay seres queridos que se acuerdan de uno y por generosidad de alma pretenden consolarnos de nuestras tristezas, histericosas o lo que usted quiera, pero tristezas al fin que, como las mayores de la vida, nos arruinan el espíritu y nos desgarran el corazón. El Epistolario mencionado incluye una carta de Magdalena a Casal, a quien ella llama Julito, y las que dirige a Carmela para darle cuenta de los momentos finales de su hermano pues era ella una de las concurrentes a la comida en la que expiró el autor de Bustos y rimas. «Él no tuvo tiempo para pensar en nada porque la sangre después de la primera buchada salía en tal cantidad que parecía un caño reventado» ¿Quién fue Magdalena Peñarredonda y Dolley? En días de la Guerra Grande fue, en la región occidental de la Isla, representante de la Junta Revolucionaria de Nueva York y en la del 95 delegada del Partido Revolucionario Cubano. La llamaron «la delegada» y también «la generala». Fue en la contienda correo y agente de las tropas mambisas. En 1898, víctima de una delación, las autoridades españolas la confinaron en la Casa de Recogidas, donde permaneció hasta el fin de la guerra. Ya en la paz se le confirió el grado de comandante del Ejército Libertador. Falleció en 1937 a los 91 años de edad. Esa es la mujer a la que Casal confesó su admiración por Antonio Maceo y su convencimiento: «dentro de un año estaremos en la manigua». -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/

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