BOLIVAR Y SUCRE. SOLEDAD Y GRANDEZA. "QUE SOLO SE QUEDAN LOS MUERTOS" DE VERDAD VERDAD(DEligio Damas)

Bolívar y Sucre. Soledad y grandeza. “Qué sólo se quedan los muertos” de verdad, verdad. Eligio Damas La soledad es el vacío. El solitario mira desde el espejo. Puede mirar a quienes a éste se acerquen y, hasta estando alejados, pasan de derecha a izquierda o al revés. A quién está detrás del espejo nadie le mira, oye ni saluda, pese haga gestos hermosos, atrayentes, sin poner interés inusitado, a quienes respondería con agrado y aun pensando que ni siquiera, en un momento de reflexión, lo recuerden. Pero hay grandes que nadie puede ocultarlos pese, al Himalaya, le monten sobre la cordillera andina; con ese artificio hagan un círculo, intenten ocultarlo encerrándole allí, pero no podrán; sus palabras emergerán entre las piedras, serán atraídas y transportadas por las nubes; sus hechos, ideas y mensajes se imprimirán en hojas, piedras, la oralidad popular, papeles, señales de humo, que nunca se disolverán y estarán viajando por encima del tiempo y reaparecerán donde haya un hombre justo y con este aparecerán otros y el mensaje volverá a la vida. Él, siempre será un fuego encendido y una bandera agitada. No es difícil saber por qué hay quiénes a los grandes alejan, los alejan, intentan hundirlos o les hunden en la soledad y el olvido, aunque sea por un tiempo, el necesario para lograr macabros propósitos; les esconden o se sienten obligados a esconderse detrás del espejo. La respuesta puede estar en ellos, pero también en el universo o grupo donde se les sueña deberían estar, en sitial privilegiado o escondidos. Los pequeños suelen inventar artimañas para alejar, ocultar, dejar en la soledad, a quienes, al medirse con ellos, se descubren y se ven obligados a mirarlos desde abajo. Pudiera ser que la invisibilidad sirva para algo, por esa manía del mundo de ser diverso, las circunstancias propicias para cada cosa o como una montaña que, sin plan alguno, deja espacios para que cada quien, de manera azarosa, halle donde esconderse, avanzar o afincarse para seguir subiendo. Todo depende de la capacidad de cada quien, para hallarlos, pero también hay quienes no los buscan, no les interesa y hasta estando interesados, pudieran verse obstaculizados por fuerzas poderosas y hasta mágicas, que aquellos potenciales apoyos les oculten, cada vez que el interesado pasa junto a ellos. Pero hay solitarios que no quieren serlo, pero su ceguera es tal que, no miran los caminos abiertos, las fuertes luces y se pierden en vericuetos y veredas que llevan a montañas enormes o paredes altas y sólidas. Pero los grandes, tarde o temprano, por encima de todo, emergerán y se levantarán por encima del tiempo, montañas y tempestades. No hay nada ni nadie que les oculte; siempre habrán de aparecer y quien les halle y exhiba. No hay obra grandiosa que quede en el olvido, pese las fuerzas más poderosas, los malos sentimientos e intereses muy poderosos pongan empeño en ocultarla, ella aparecerá hasta de manera accidental. De la caja de papeles, a lo mejor apolillados por el encerramiento que Frank Kafka dejó a su amigo Max Brod, para que los quemase, emergió una de las obras más grandes del siglo XX. Brod, supo de la trascendencia de aquello, miró la caja y percibió la luminosidad, pues la luz, como el agua, siempre halla rendija por donde escurrirse y la grandeza es como esos dos elementos, pese haya quien quiera ocultarla, no hallará cómo evitar que ella emerja. Franco fusiló a García Lorca y dejó morir en un estrecho calabozo a Miguel Hernández y la obra de estos, por su luminosidad se escapó y empapó de luces y denuncias a la humanidad toda contra el tirano y sus macabras e inhumanos ideas y proyectos, amparado en un monarca oscuro como una honda caverna. Pero la invisibilidad, en algún caso y hasta bastantes, puede ser de gran utilidad. En veces, quienes no suelen nadar en el vacío, estar detrás del espejo, pero pudieran necesitar pasar invisibles, por momentos, cuando les conviene, lo consiguen; justo cuando lo necesitan; es una manera de cuidar espacios, vericuetos para sólo dejarse ver, cuando y por quienes sea necesario. Pues hay quienes a este mundo llegan con su “varita de virtud o mágica” y, en el tiempo oportuno y mediante la forma de un chasquido, cambian todo, para pasar desapercibidos, ponerse detrás del espejo o aparecer en lo alto, donde todos miran sin tropiezo. Mostrarse en desacuerdo con lo determinante, y contra algunos de los portadores de aquella “varita”, pues le fue dada por quien o quienes, tienen la potestad de decidir el rumbo de la vida y de aquella portar, más si son pocas y débiles las fuerzas que le acompañan, es un motivo, para que, por atrevido, se le intente hundir más en la soledad, desconsuelo, tristeza y oscuridad de la memoria. Pero siempre hay fugas; lo atosigante, el exceso de presión por miedo, produce escapes y más cuando cunde la angustia y la búsqueda. Hasta borran, hay quienes de eso se encargan, con la varita misma y hasta un pistoletazo, en una solitaria vereda montañosa, a los insatisfechos, inconformes, y dados a mirar hasta desde detrás del espejo y contar la verdad, para que nadie se entere de su existencia y menos de sus mensajes. Es fácil ser visto, cuando alguien se asume de adulador o persistentemente indiferente ante lo injusto, insensato, pues los favorecidos, en primera instancia, se mostrarán generosos financiando agitadores de bambalinas, barullos, al paso de aquél que sólo mira lo que le conviene, a modo de honrarlo y hasta elevarlo, inflándole, a donde no llegaría por sus propias fuerzas, pues alas no tiene. Ser auténtico, acucioso, discrepante, inconforme, es un apostar a la soledad. A lo mejor, ser eso, es como caminar hacia donde a muy pocos les gusta estar, pese allí pudiera encontrarse la verdad, hasta la felicidad, pero el camino es demasiado áspero, exigente y en la punta del arcoíris que toca tierra, solo hay un libro de poemas; y en esa manera de ser, hay que dejarlo todo a cambio de poco o nada para el beneficio personal. ¿En dónde está la felicidad en el camino o al final? ¿Se puede ser feliz en la muerte? De repente, los solitarios, son descubiertos por las multitudes ansiosas, cansadas de lo mismo y asumidos como guías y hasta profetas; pues si el solitario, atrapado, secuestrado tiene la llave o el mapa, habrá quien eso descubra y si es, posible, con sus uñas y las de quienes advierta, romperán lo que sea para sacarlo de su encierro. Bolívar planteó alternativas, propósitos que no estaban en el interés de muchos de los que estaban al mando. Tomó un camino que lo llevó a la soledad, hasta su muerte. Menos mal que, no sé si Dios le premió, pero si la historia. No sé si fue feliz sabiendo todo lo que hizo y entregó a cambio de la soledad. ¿Será feliz ahora? Menos mal que, cuando el humano se hace estas interrogantes sobre sí mismo, ya no hay vuelta atrás. Bolívar pudo vivir tranquilo, hasta "feliz", a la manera convencional y lo pequeño, le sobraban recursos. Pero optó por lo que hizo. ¿Sería feliz? A veces, cuando se leen sus últimos discursos pareciera que no. Pero si es evidente que, no se quejó por su suerte personal, sino por haber dejado su tarea y meta inconclusas, sin alcanzar. Y si terminó siendo infeliz y murió triste, fue por eso. De esto se derivó su infelicidad y lamentos, estando en agonía. Él, fue un discrepante, hasta de sí mismo. Si estudiamos apenas el lapso que va de 1812, cuando escribe "El Manifiesto de Cartagena" a 1815, "La Carta de Jamaica", encontraremos cambios tan hondos y hasta radicales que parecieran dos hombres diferentes. El corría hasta más veloz que el proceso histórico y los demás, la mayoría, salvo unos pocos, como Sucre, que con él corría en paralelo, iban detrás; por correr tan aprisa, al final de su vida, se adelantó tanto que quedó, por eso, casi solo; únicamente visionarios como él, le acompañaron en las ideas, en el mismo nivel, pero dispersos en el inmenso espacio. Y esto, el adelantarse al movimiento histórico, es una maña, para no llamarla estrategia, pues pudiéramos generar confusión, suele seguir afectando a quienes piensan, sueñan, pero intentan cambiar la sociedad de un día para otro, como quien no remodela, porque esto sería un tanto sensato, sino tumban la casa, se deshacen de todo residuo y de la noche a la mañana, levantan una nueva; olvidando quienes vivieron en la anterior, se sentirían hasta más cómodos y complacidos, pues al entrar a ella, pese las renovaciones, identifican el espacio de cada uno y hasta los de uso colectivo sin tropiezos ni dudas. Pero hay muchos solitarios, que lo son, no porque quieren, les llena de paz la soledad, sino porque las fuerzas enormes contra el cambio por el cual luchan, alrededor de ellos construyen barreras, precipicios, ponen alcabalas, provocan atentados para aislarlos, como le hicieron a Bolívar y Sucre. Fueron estos dos solitarios, al final, por atrevidos y mirar demasiado lejos. Pero hay quienes, queriendo hacer lo contrario, atraerse a las multitudes para cambiar el mundo, pues eso dice su discurso, hacen todos los días del mundo, desde los viejos tiempos, todo lo que a ellos llena y se les ocurre, sin importarle si la multitud los asume, entiende y hasta busca. Pues no buscan lo mismo que ella, sino lo que ellos quieren que ella busque y, por eso, ella, solos los deja y ellos se conforman culpando a la inmadurez de ella. Bolívar y Sucre tuvieron, cada uno de ellos una sola vida, en las dos, muy corta, más la del cumanés que la del caraqueño. Pero quienes, por ellos y sus ideas, particularmente eso que inapropiadamente, en mi humilde opinión Francisco Pividal llamó, refiriéndose a Bolívar, “Precursor del Imperialismo”, que exactamente era la unidad latinoamericana para crear un bloque similar al norte para que este no nos hiciese lo que ahora nos hace, dicen actuar y hasta se asumen como herederos, al filosofar, accionar y hasta planificar, no pegan una. Un llamado a la unidad de nuestro espacio todo. Pues en lugar de pegar, unir a las multitudes con un proyecto pertinente a ellas, sin exclusiones innecesarias, lo que significa que esta lo entienda y lo asuma como suyo, pues debe ser suyo y no mío, hacen todo lo contrario y desde la definición misma ya excluyen a fuerzas importantes; dicen y se dicen “tómalo o déjalo, al fin y al cabo, yo gozo una y parte de otra en mi soledad”. Es decir, a Bolívar lo dejaron sólo, valiéndose de su precaria salud y, al Mariscal, lo hundieron en la soledad de la muerte prematura. Ellos no buscaban la soledad que parece satisfacer a muchos. Lo dicho anteriormente, me lleva a citar a García Márquez, por lo sustantivo de la idea, para juzgar a quienes se asoman a la realidad todos los días y hasta mueren cometiendo, desde el amanecer hasta caída de la noche, los mismos errores, por correr a la carrera y dando tropezones, buscando la soledad; un fin ya avisado. El “Gabo”, quien, como él mismo lo dijo, siempre procuró no dejarse atar a ninguna parcialidad o grupo político, refiriéndose a Gilberto Viera, un dirigente del Partido Comunista colombiano, a quien entrevistó una vez estando aquél inmerso en la lucha clandestina, para escuchar su versión de un acontecimiento derivado por la acción de protesta de su partido, que terminó en una acción represiva, brutal, descomunal del gobierno colombiano en los tiempos de Rojas Pinilla, “su lenguaje tenía más ingredientes del mismo Jorge Eliecer Gaitán, que de su Marx de cabecera, para uno solución que no parecía ser la del proletariado en el poder sino una especie de alianza de desamparados contra las clases las clases dominantes”. Para él, Viera era uno de esos extraños miembros de esos grupos que mucho se apuran, se apartan de la multitud, pretendiendo que esta marche a su ritmo, que se percataba lo que se iba quedando atrás y procuraba contener el ritmo de la vanguardia solitaria, Al héroe de Ayacucho no le dejaron disfrutar de su gloria y hasta le negaron la posibilidad de mantener en alto las banderas de Bolívar y para eso le emboscaron, atribuyéndole una falsa soledad, por sorprenderle en un camino solitario. Una acción que no debió darle felicidad alguna a sus ejecutores. Pero Bolívar y Sucre alcanzaron la gloria y eso llena de felicidad a muchos. Quienes conspiraron para apartar a Bolívar y Sucre de su meta, porque era la misma, pudieron haber logrado su propósito, pero quedaron en la soledad. ¿Quiénes les recuerdan y rinden honores? Nadie. Quienes a ellos le agradecieron en la soledad, el favor que le hicieron, lo hacen en silencio. Ocultan su pecado y desvergüenza. En verdad, como cantó con tristeza Gustavo Adolfo Bécquer “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Los muertos de verdad, muertos son, nada dejaron, la muerte se llevó todo.

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